domingo, 21 de marzo de 2010

El Que Ara Para Sembrar

El Que Ara Para Sembrar
“Él que ara para sembrar, arará todo el día.” Isaías 28:24

Un día, al principio del verano pasé por una bellísima pradera. La hierba era tan suave, tan espesa y tan delicada, como un tapiz inmenso verde oriental. En uno de los rincones había un magnífico árbol viejo, un santuario para un sin fin de pájaros silvestres, el aire fresco y suave, parecía estar impregnado de sus alegres canciones. Había dos vacas tendidas a la sombra, que representaban un verdadero cuadro de satisfacción.
Por la parte baja del lado del camino, la bellísima flor llamada diente de león, mezclaba colores dorados con el púrpura de la violeta silvestre.
Me apoyé sobre la cerca durante un rato bastante largo, alimentando de esta manera mi mirada con tanta belleza y pensando que Dios jamás habría hecho un lugar mas precioso que aquella liadísima pradera.
Al día siguiente volví a pasar por aquel camino, y recibí una sorpresa muy desagradable. Una mano destructora había visitado aquel lugar. Un labrador con un enorme arado que en aquellos momentos se hallaba ocioso sobre los surcos, había causado en un día un enorme estrago. La hierba verde, la había convertido en tierra fea de color y despojada de su belleza.
En vez de pájaros cantores, había solamente unas cuantas gallinas rasguñando en el suelo en busca de gusanos. Las violetas y todas las flores preciosas habían desaparecido. En medio de mi dolor me preguntaba: “¿Cómo es posible que una persona se haya atrevido a destruir tanta belleza?”
Entonces mis ojos fueron abiertos por una mano invisible y vi una visión, la visión de un campo con maíz maduro y dispuesto para la recolección. Podía ver un montón gigantesco de gavillas pesadas, cargadas durante el sol otoñal, podía casi oír la música del viento pasando por encima de aquellos granitos dorados, y antes de volver en sí, la tierra morena tomó un color esplendoroso que no tenía el día anterior.
Ojala que siempre podamos tener la visión de una recolección abundante y cuando nos visita el Sublime Labrador, como Él lo hace con frecuencia, y surca a través de nuestras almas desarraigando y quitando aquello que considerábamos como lo mas bello, y dejando para nuestra mirada atormentada sólo lo que parece despojado y feo.
Seleccionado

¿Porqué debiera yo de comenzar con el arado de mi Señor el cual hace surcos profundos en mi alma? Yo sé que Él no es un labrador perezoso, Él se propone obtener una recolección.” Seleccionado

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