“Su fortaleza estaría en sentarse y permanecer quieto” Isaías 30:7
Para conocer verdaderamente a Dios, la quietud interior es absolutamente necesaria. Recuerdo cuando aprendí esto por vez primera. En una ocasión me vi enfrentado con una necesidad urgente y todo mi ser parecía palpitar de inquietud. Mi necesidad requería una acción inmediata y rigurosa, pero las circunstancias en que me encontraba eran tales que no podía, no se movía para hacerlo.
Durante cierto tiempo parecía que iba a destrozarme, cuando de repente la voz pequeña y apacible susurró en la profundidad de mi alma, “Estad quieto, y conoced que yo soy Dios” Salmo 46:10.
La palabra tenía poder, y yo escuché .
Hice que todo mi ser se calmase y esperé, entonces supe que era Dios, Dios que había venido a ayudarme en aquella grandísima necesidad y a darme paz y descanso. Fue una experiencia tal, que no la cambiaría por nada de este mundo, y puedo también añadir, que de dicha calma surgió tal poder para tratar con la necesidad, que en muy poco tiempo terminó con ella de forma victoriosa. Entonces aprendí que efectivamente mi “fortaleza estaba en sentarme y quedarme quieto”
Hanna Whitall Smith
Hay una pasividad perfecta que no es indolencia. Es una quietud viva que nace de la confianza. La tensión calmada no es confianza, es simplemente inquietud comprimida.
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