sábado, 6 de marzo de 2010

Porque Tengo Por Cierto

Porque Tengo Por Cierto
“Porque tengo por cierto que lo que en estos tiempos se padece, no es comparable con la gloria venidera que en nosotros a de ser manifestada.” Romanos 8:18

Recientemente ocurrió un incidente muy notable en una boda en Inglaterra. Un joven rico y de una posición social muy elevada que a consecuencia de un accidente se había quedado ciego a los diez años de edad, y que a pesar de su ceguera había ganado matrículas de honor en su carrera universitaria, también ganó el corazón de una bellísima novia aunque nunca había podido ver su cara. Un poco antes de su casamiento, se sometió a un tratamiento bajo la dirección de varios especialistas, y su culminación llegó el mismo día de su boda.
Por fin llegó el día tan deseado y los regalos y convidados. Entre los invitados había ministros del gobierno, generales, obispos y hombres y mujeres muy notables y famosos. El novio se vistió para la boda con sus ojos aún cubiertos con una venda y marchó a la iglesia con su padre en automóvil. El famoso oculista que lo había estado curando los encontró en la sacristía.
La novia entró a la iglesia cogida del brazo con su padre. Dicho señor tenía cabello blanco y su vestido estaba adornado con los colores azules y cordones que correspondían a su vestimenta como almirante de marina. Ella estaba tan emocionada que apenas podía hablar. ¿Vería su prometido al fin su cara tan admirada por otros y que él solo conocía por la punta delicada de sus dedos?
Cuando ella se acercaba al altar, mientras el gentío que había en la iglesia se movía de una parte a otra, sus ojos se fijaron en un grupo algo extraño.
El padre estaba allí con su hijo. Delante del último se encontraba el gran oculista en el acto de cortar el último vendaje. Él dio un paso hacia delante con la incertidumbre espasmódica de una persona que no puede creer que está despierta. Un rayo de luz de color rosa procedente de una de las vidrieras le dio en su rostro, pero parecía que no lo veía.
¿Vio algo? Sí. En un instante recobró la firmeza de su semblante y con una dignidad y gozo que jamás se había visto antes en su rostro, marchó adelante para encontrar a su prometida. Se miraron a los ojos uno al otro, y uno podía llegar a pensar que sus ojos jamás iban a apartarse del rostro de su prometida.
“Por fin” dijo ella. “Por fin” repitió él, inclinando su cabeza. Aquella fue una escena de un gran poder dramático y sin duda alguna, de gran gozo, pero no es nada mas que una mera sugestión de lo que actualmente sucede en el Cielo cuando el cristiano que ha estado caminando por este mundo de pruebas aflicciones ve cara a cara a su Señor y Salvador.

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