“Soplad sobre mi jardín, para que se esparzan sus aromas.” Cantares 4:16
Algunas de las especies que se mencionan en este capítulo son enteramente sugestivas. El áloe era una especie amarga y nos habla de la dulzura de las cosas amargas, la dulce-amargura, la cual tiene una aplicación especial que solo puede ser comprendida por aquellos que le han sentido. La mirra se usaba para embalsamar a los muertos y nos sugiere el morir para algo. Es la amabilidad y dulzura que entra en el corazón después que ha muerto a su obstinación, orgullo y pecado. Que encanto tan indecible resplandece alrededor de aquellos Cristianos que llevan sobre sus rostros purificados y sus espíritus melodiosos la impresión de la cruz, la evidencia sagrada de haber muerto a algo que en otra ocasión fue orgullo y vigor, pero que ahora ha sido colocado para siempre a los pies de Jesús. Es el encanto celestial de un espíritu quebrantado y un corazón contrito, la música que brota del tono menor, la dulzura que proviene del toque de la helada sobre el fruto maduro.
El incienso era la fragancia que salía a su contacto con el fuego. Era el polvo quemado que se levantó en nubes de dulzura del seno de las llamas. Esto nos habla del corazón cuya dulzura ha sido probada quizás por las llamas de aflicción, hasta que el lugar santo del alma se ha llenado con nubes de alabanza y oración. 
Querido amigo, ¿exteriorizamos la dulzura, amabilidad y amor de nuestros corazones?
La vida de amor de Nuestro Señor.
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