Ellos miraron...y he aquí, la gloria de YHWH que apareció en la nube.” Éxodo 16:10
Acostúmbrate a buscar el color plateado de la nube y una vez lo has hallado continúa mirándolo, mas que el color gris plomo que hay en el centro.
No te desalientes por muy oprimido y sitiado que puedas encontrarte. El alma que se desalienta no puede hacer nada. Ni puede resistir la astucia del enemigo cuando se encuentra en tal estado, ni puede prevalecer rogando por otros.
Huye de este mortal enemigo como huirías de una víbora, y no tardes en volverle la espalda a no ser que quieras morder el polvo de una derrota desastrosa.
Busca las promesas de Dios y di en voz alta de cada una de ellas: “Esta promesa es mía” Si aún experimentas un cierto sentimiento de duda y desaliento, derrama tu corazón en Dios y pídele que reprenda al adversario que te está haciendo sufrir tan despiadadamente.
En el mismo instante en que te desprendas de todo síntoma de desconfianza y desaliento, el bendito Espíritu Santo vivificará tu fe y alentará tu alma con fortaleza Divina.
Al principio no te darás cuenta de esto, pero una vez que te propongas a “rechazar” resueltamente y sin compromiso alguno cualquier tendencia de duda y abatimiento que te asalte, entonces reconocerás que el poder de las tinieblas va decayendo.
Si nuestra vista pudiese contemplar la falange tan sólida de fortaleza y poder que existe detrás de cada revuelta en que se hallan los ejércitos de las tinieblas, entonces prestaríamos muy poca atención a los esfuerzos que realiza el astuto enemigo para afligirnos, abatirnos y desalentarnos.
Todos los atributos maravillosos de la Divinidad están de parte del creyente debilitado, que en el nombre de Cristo y con una confianza sencilla semejante a la de un niño, se entrega a Dios y acude a El implorando Su ayuda y guía.
Seleccionado
Cierto día de otoño vi un águila mortalmente herida a consecuencia de un tiro de escopeta. Sus ojos aún brillaban como un círculo luminoso. Haciendo un esfuerzo volvió su cabeza y dio una mirada mas hacia el firmamento. Ella había revoloteado frecuentemente por aquellos espacios estrellados. El bellísimo firmamento era la morada de su corazón. Millones de veces había realizado hazañas por allí con su espléndida fortaleza.
En aquellas alturas lejanas había jugado con el relámpago y corrido con los vientos. Y ahora, alejadísima de casa, yacía moribunda porque una vez se olvidó y voló demasiado bajo. Esa águila es el alma. Este mundo no es su casa. No debe perder de vista su mirada hacia el cielo. Debemos de guardar a Cristo en nuestros corazones. Si no vamos a ser valientes, entonces debemos retirarnos arrastrando del campo de batalla. El alma no tiene tiempo para los estampidos. ¡Alma mía, no quites tu mirada del firmamento!
Nunca veremos el sol naciente si guardamos la vista en el poniente.
Proverbio japonés.
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