sábado, 26 de diciembre de 2009

Cualquiera que quisiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.” Marcos 8:34

Cualquiera que quisiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.” Marcos 8:34

La Cruz que mi Señor me pide que lleve puede asumir muy distintas maneras. Puede ser que tenga que contentarme permaneciendo en una esfera humilde y estrecha, cuando yo siento que poseo capacidad para hacer un trabajo mas elevado. Puede ser que año tras año tenga que cultivar un terreno, del cual parece ser que no obtendré recolección alguna. Puede ser que se me pida que tenga pensamientos amables y cariñosos para alguna persona que me ha causado mal, o que se me ordene que hable a dicha persona con cariño, o que le defienda contra sus enemigos y la corone con simpatía y ayuda. Puede ser que tenga que confesar a mi Maestro entre aquellos que no desean recordarle a Él ni Sus pretensiones. Puedo ser llamado para “vivir entre los de mi raza y para que muestre una cara alegre y risueña” cuando mi corazón está quebrantado.
Hay muchas cruces y cada una de ellas es dolorosa y pesada. No es probable que yo busque ninguna de ellas, y por mi propio capricho. Pero Jesús nunca está tan cerca de mi, como cuando levanto mi cruz y la coloco con sumisión sobre mi hombro y le doy la bienvenida de un espíritu sufrido y que no murmura.
Él viene cerca de mi, para madurar mi sabiduría, para profundizar mi paz, para aumentar mi valor, para acrecentar mi poder para ser útil a otros, por medio de la misma experiencia tan dolorosa y tan grande, y entonces, al leer en el sello de uno de aquellos firmantes del pacto escocés de la reforma religiosa, a quienes Claverhouse aprisionó en un calabozo solitario, entonces me elevo bajo su carga.
Alexander Smellie
TOMADO DE MANANTIALES EN EL DESIERTO

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