No Te Dejare Que Te Marches
“No te dejaré que te marches, si no me bendices....... y le bendijo allí.” Génesis 32:26,29
Jacob ganó la victoria y recibió la bendición no luchando sino quedándose fuertemente agarrado. Se había descoyuntado uno de sus miembros y no podía continuar luchando, pero no permitió que su adversario se marchara. Ante la imposibilidad de forcejear, se abrazó en el cuello de su misterioso antagonista y colgó en él todo el peso de su impotencia, hasta que por fin venció. En nuestras oraciones tampoco podemos obtener ninguna victoria, hasta que cesamos de luchar y renunciamos a nuestra voluntad, abrazándonos al cuello de nuestro Padre Celestial.
¿Qué es lo que la débil naturaleza humana puede tomar por la fuerza, de la mano del Omnipotente? ¿Podemos arrebatar a Dios una bendición por la fuerza? Nunca podemos obtener nada de Dios cuando usamos la violencia para hacer nuestra voluntad. Es el poder de la fe que a Él se adhiere, lo que obtiene las victorias y las bendiciones. No es cuando empujamos y urgimos nuestra voluntad, sino cuando la voluntad y la humildad se unen y dicen, “No mi voluntad, sino la Tuya”. Solamente tenemos poder con Dios en el medida en que nuestro yo es conquistado y muerto. No luchando, sino apegándonos a Dios, es como podemos obtener la bendición.
J. R. Miller
Un incidente referente a la vida de oración de Charles H. Usher puede ilustrar lo que decimos. “Mi niño,” dijo, “estaba enfermo. Los médicos tenían muy poca esperanza de que pudiera restablecerse. Oré por él, haciendo uso de todo cuanto conozco acerca de la oración, pero continuó empeorando. Así pasaron varias semanas. Un día estaba de pie observándole tendido en su cuna, y vi que no podría continuar viviendo a no ser que operase un cambio favorable. Dirigiéndome a Dios le dije: “Señor, tú sabes el mucho tiempo que he pasado orando por mi hijo y no mejora, en tus manos lo dejo, para que pueda orar por otros. Si es Tu voluntad de llevártelo, prefiero Tu voluntad, a ti te lo entrego completamente. Llamé a mi esposa y le dije lo que había hecho. Ella derramó lágrimas, pero también lo encomendó a Dios. Dos días después, un hombre que amaba a Dios, vino a visitarnos. El estaba muy interesado en nuestro hijo, y había orado mucho por él. Él dijo, “Dios me ha dado fe para creer que se restablecerá. ¿Tenéis vosotros fe?” le contesté que se lo había entregado a Dios, pero en vista de lo que me decía volvería a pedir a Dios por él. En mis oraciones descubrí que tenía fe para que se restableciera. Desde aquel momento empezó a mejorar. Entonces me di cuenta que el apego de mi alma a mis oraciones, fue lo que impidió que Dios las contestara. Si hubiere continuado con tal apego y no hubiese estado dispuesto a entregárselo, dudo que mi hijo estuviese hoy conmigo.”
Hijo de Dios, si quieres que Dios conteste tus oraciones, debes de estar preparado para seguir las pisadas de nuestro padre Abraham, aún al Monte del sacrificio. (Lee Romanos 4:12)
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